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Reseña de libro

Lestido, Adriana (2017). Antártida negra. Buenos Aires: Capital Intelectual: 96 pp.

Entre febrero y marzo de 2012, Andriana Lestido (Buenos Aires, 1955-) participó en un programa de residencia en Antártida realizado por la Marina Argentina. Al principio, iba a ser enviada a Bahía Esperanza, una cómoda base naval en la punta del archipiélago a poca distancia del continente sudamericano. Por cuestiones del tiempo y fuerza mayor, terminó en una antigua base en la Isla Decepción, todavía en la Península Antártica, pero más en contacto con la masa volcánica, característica del paisaje de la Península.

El lector de Antártida negra es convidado a acompañar a Lestido en su descubrimiento del continente negro. En contraste con la obra de un fotógrafo que conoce muy bien las profundidades visuales de su tema y que decide presentar cada detalle de su mundo al lector, el caso de este proyecto es distinto: se trata más de compartir con la fotógrafa el descubrimiento de un mundo desconocido para la mayoría: así de único es el ícono del continente blanco, poblado exclusivamente de pingüinos—o pájaros niños como los llaman coloquialmente los argentinos. Por eso, resulta inevitable que la imagen de tapa de Antártida negra capte en forma tan impactante esta realidad geológica.

Una de las imágenes más impresionantes—y de más contenido ideológico—viene casi al final del fotolibro. Se trata de una extensión de cielo y de mar abierto, ambas repartidas en porciones iguales. En el ángulo interior derecho se ve el comienzo de la playa. Hay tres figuras en la foto que están equilibradamente distribuidas casi en el centro de la imagen. Hay una gaviota que sobrevuela el mar y hay un pingüino parado en la orilla, que contempla el horizonte donde mar y cielo se juntan. Lo que el pingüino parece contemplar específicamente es un barco que se desliza por el horizonte, formado por la conjunción de cielo y mar (vemos los ojos del pingüino, pero no los de la gaviota, por lo cual no se puede aventurar una conjetura sobre cuál será el objetivo de la visión de ésta). Se supone que se trata de una nave militar, no habiendo todavía casi nada de movimiento mercantil por las aguas de esa zona.

Se suele antropomorfizar al pingüino, cosa que es evidente en el film de Luc Jacquet, La marcha de los pingüinos (2005) que, a pesar de su notable belleza visual, se vale del ciclo biológico de dicho animal para montar un lamentable discurso heterosexista y reaccionario de los conceptos de matrimonio y de paternidad. Es decir, los pingüinos se convierten en nada más que signos de una determinada ideología social humana. Cayendo, sin embargo, en semejante resignificación humana del pingüino y extendiendo la alusión al pájaro como centinela -presente en la imagen de tapa de Antártida negra que comentada arriba-, se podría decir que, en este caso, el animal sirve de testigo de la presencia material de la invasión humana a su territorio,  habitado este, casi en forma exclusiva, durante milenios (las ballenas y las focas quedan consignadas al mar y, en el caso de las focas, la orilla del mar; las gaviotas, aunque presidiendo en el aire, también se confinan a la orilla, por la presa marítima de la que viven).

Así, en términos comparativos, la enorme mole de barco atraviesa el horizonte en su inapelable trayecto invasor en las aguas del continente. Queda el pingüino centinela (al que podemos juntar la gaviota como sinécdoque generalizada de la naturaleza) para contemplar fútilmente la invasión humana que se sabe, en forma proléptica, representa la inevitable degradación de su mundo. Por lo menos, estas son las atribuciones antropomorforizantes que le dan un sentido tan conmovedor a esta imagen. El hecho de que todo esté envuelto en una bruma climatológica solo sirve para darle un aura casi mítica que evoca la “épica” conquista humana de los continentes.

Pero hay otra dimensión presente aquí que le da valor metafotográfico a la imagen. Se trata de la presencia no visible -pero no por ello menos fundamental- de la fotógrafa. Aunque la foto descansa en cierta ética de autenticidad frente a la prístina naturaleza que se retrata casi en forma clandestina, hemos de entender que la fotógrafa también es una fuerza invasora, pues representa la tecnología de conocimiento y control que el ser humano ejerce sobre los reinos que se arroga el derecho de conquistar. En este sentido, la fotógrafa es algo como los escribas o cronistas que acompañaban a los conquistadores de las Américas: no meros testigos pasivos de lo que reportaban, sino partícipes y cómplices en el proceso invasor e, inevitablemente, en el proceso transformador. Colocada casi al final de su fotolibro, es como si Lestido, con esta imagen, quisiera problematizar, en forma de metacomentario ideológico, el dominio humano que también su “máquina” efectuaba sobre Antártida.


Por: David William Foster (Arizona State University)

Reseña de libro: Proyectos

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